Helicópteros sanitarios españoles: la carrera contra el tiempo para salvar vidas en paradas cardíacas 🚁❤️

Son las 14:37 cuando suena el aviso en el centro de coordinación. “Varón, 54 años, parada cardiorrespiratoria, zona rural, acceso terrestre complicado”.

En ese momento no pienso, actúo. Cojo mi equipo, corro hacia el helicóptero. El rotor empieza a girar y sé que tenemos menos de 8 minutos para estar junto a él… porque cada minuto sin RCP le roba un 10% de posibilidades de volver.

El vuelo más largo es el más corto

El ruido del rotor es ensordecedor, pero en mi cabeza solo hay silencio. Miro al médico, reviso el monitor desfibrilador, preparo el material de intubación y los fármacos de emergencia.

En el aire, repasamos la secuencia:

1. Confirmar parada.

2. Iniciar compresiones torácicas.

3. Desfibrilar si es posible.

4. Mantener la circulación hasta que el corazón decida volver.

No hay romanticismo en esto, aunque mi trabajo lo llamen síndrome del corazón roto. Aquí se trata de romper la muerteantes de que ella lo rompa todo.

Aterrizaje y adrenalina

Descendemos sobre un campo estrecho, rodeado de cables. El calor del rotor levanta polvo y paja. Corro hacia el hombre tirado en el suelo.

Está pálido, sin pulso.

Me arrodillo, mis rodillas hundidas en la tierra, y comienzo las compresiones: uno, dos, tres, cuatro… treinta. Ventilo. Miro el monitor: fibrilación ventricular. El médico asiente. “Descarga”

El primer golpe de electricidad recorre su cuerpo. No hay respuesta. Seguimos.

La gente alrededor guarda silencio. No sienten el tiempo igual que yo: para ellos han pasado minutos; para mí, cada segundo es un martillo.

La UCI que vuela

En cuanto conseguimos un ritmo débil, lo subimos al helicóptero. Allí, el zumbido constante se mezcla con los pitidos del monitor. Canalizo una vía, administro adrenalina, ajusto la ventilación.

El médico me mira y sé que ambos estamos pensando lo mismo: todavía hay esperanza.

Lo que no se ve

Cuando entregamos al paciente en el hospital, con pulso débil pero presente, sé que tal vez nunca vuelva a verle. No sabré si recordará mi cara, mis manos o mi voz diciéndole “aguanta, que no es tu hora”.

Tampoco lo hago por eso. Lo hago porque en mi trabajo, yo vuelo para ganarle segundos a la muerte. Y porque sé que cuando el corazón se detiene, alguien tiene que estar dispuesto a llegar antes que ella.

Por qué entrenamos tanto

En HEMS no solo practicamos RCP: entrenamos para aterrizar en terrenos imposibles, trabajar bajo ruido, coordinar con equipos en tierra y tomar decisiones que pesan más que el helicóptero entero.

Incluso usamos realidad virtual para revivir situaciones extremas y que, cuando llegue el momento real, no tiemble ni la voz ni las manos.

No soy de esos pesonajes con capas voladoras...

Soy enfermera HEMS, y cada vez que despego sé que hay una vida esperando que yo llegue antes de que el reloj marque su última cuenta atrás.

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